Noche improvisada y con final feliz

Si algo tiene la ciudad es que a veces te ves en planes inesperados cuando menos te lo esperas. Tenía dieciocho años y no hacía más de seis meses que me había mudado a Madrid, hacía poco que había roto con mi primer novio y una vez superado el trauma emocional empezaba a echar de menos aquello de tocar el cuerpo de otro hombre.

Era viernes noche en la capital y la pasaba haciendo trabajos de la facultad, cena ligera, una ducha fría, pijama y a tragar pantalla de ordenador, un aburrimiento vaya.

Noche inesperada y con final feliz

En algún momento de la noche recibí un mensaje de Claudia Cristo, mi mejor amiga, que la llamamos Pelos. Que se aburría y se le estaba cayendo la casa encima, yo le dije que me pillaba estudiando y no tenía ánimos para fiestas. Tras rechazar a mi amiga seguí con la rutina de mierda hasta que casi una hora más tarde vuelve a escribir diciendo que está llegando a mi casa con una botella de vodka.

—¡Qué remedio! —respondí sarcásticamente.

El plan era sencillo, beber y ver qué pasa, y lo que pasó fue que acabamos borrachos como cubas, bailando el sarandonga y montando escándalo, hasta que ya no cabía tanta marcha en una habitación tan pequeña y Pelos propuso ir a alguna discoteca, de modo que en cuarto de hora nos plantamos en Delirio.

Eran nuestras primeras salidas por Chueca y estábamos encantadas y agradecidas de poder escuchar música de maricas en vez de electrolatino en la discoteca. Aquel día había una drag de las de rancio abolengo, folclórica y maravillosa, observando el espectáculo nos bebimos la primera copa (la que viene con la entrada) y después vino la segunda y luego la tercera y así.

Lo que pasó más tarde lo recuerdo desde el filtro distorsionador del alcohol. Bailamos y cantamos a grito pelado los temas imprescindibles del petardeo español como almas descarriadas entre tantos grupos de amigos. Recuerdo estar sentado en las escaleras esperando a que mi amiga meara cuando me entraron un par de tíos a saco. Estando yo tan poco acostumbrado a ir a sitios donde ligar era tan sencillo como proponérselo aquello superó mi inocencia. Quise rechazarles con educación, aunque no fue fácil, hoy en día con los pies más en la tierra simplemente diría que eran dos babosos pesados.

Quizá fuera un poco mojigato, pero entre el ambiente generalizado de zorreo y que los que se acercaban eran, entre comillas, “mayores para mí”, empecé a agobiarme.

Pelos me lo notó en la mirada y subimos a la zona de la barra para estar tranquilos, a nuestro lado había un chico alto que parecía más perdido que un elefante en una cacharrería. Le conté a Pelos lo extraño que me resultaba todo y me entendió enseguida, pues es parecido a lo que tantas veces ha sentido cuando vamos a discotecas normales. Sin embargo, me animó a que me dejara llevar un poco y traté de aplicármelo.

De forma natural (que en estado sobrio hubiera quedado un poco forzada) el chaval de al lado se acercó y entablamos conversación con él. Pelos preguntó que con quién venía, y dijo que estaba con unos amigos pero que los había perdido y llevaba un rato solo. Un desastre perfectamente comprensible a esas alturas de la fiesta.

Le adoptamos como compañero y nos tomamos un chupito para celebrarlo. Tratamos de averiguarlo todo de ese extraño sujeto: que se llamaba Leo, que tenía veintitrés años y era de Italia. Estaba en Madrid de Erasmus, estudiando una carrera con un nombre tan raro que ni puedo recordarlo.

Ahora con uno más, volvimos a bajar a la zona de discoteca donde la fiesta seguía a tope aprovechando la última hora antes del cierre. Entre baile y baile me fijé más en él, Leo era guapo y muy alto, lo que siempre me resulta inevitablemente atractivo dado que yo también soy alto. Tanto la camisa de cuadros como los pantalones pitillo marcaban un cuerpo estrecho y ligeramente marcado, ese tipo de cuerpo que me pasaría horas tocando solo por placer.

Mi amiga cuando bebe se pone de conversación con cualquiera en modo hiperactivo, lo que nos hace socializar con mucha gente distinta y al final acabó yéndose a tomar algo con la drag queen que antes había salido al escenario, dejándome solo con el italiano.

Leo, más lanzado de lo que parecía en un principio, me apartó a un lado para bailar juntos, canción tras canción fuimos gritándonos frases que la música ahogaba, sonriéndonos con ojos de gacela, rozándonos disimuladamente en cada movimiento… sentí esa sensación agradable de coqueteo natural.

No voy a negar que me cuesta la vida dar el primer paso, pero Leo captó las señales y me besó. Primero un pico de tanteo y luego un beso con lengua, al que respondí con otro beso más guarro y acabamos liándonos en medio de la pista. Pegados el uno al otro aproveché para tocar su cuerpo, su culo y su cuello, se dejaba hacer todo lo que quisiera, así que metí la mano discretamente por el pantalón y le agarré huevos y polla. Creció… qué sensación, estábamos tan desinhibidos que creo que a los dos nos hubiera gustado follar allí mismo.

Por contextualizar he de decir que nunca antes había tenido la posibilidad vivir algo así. Recordé a mi yo de catorce años en el pueblo viendo “Queer as Folk” a escondidas, que por aquel entonces emitían en el canal Cuatro a altas horas de la noche, sin ni siquiera haber aceptado todavía mi sexualidad, lo lejano que se veía de mi mundo real y lo prohibido que era… creo que cualquier persona no heterosexual entiende el sentimiento que produce la primera vez que te besas libremente con alguien en medio de una discoteca y más aún cuando vienes de un pueblo.

Besos en la discoteca

Poco después nos echaron a la calle y nos reunimos con Pelos, quien se fue directa al metro mientras que Leo y yo regresamos andando, cogidos de la cintura… o más bien sosteniéndonos mutuamente. En el camino descubrí a un chaval bastante majo que aún se trababa con algunas palabras del castellano. A esas horas de la noche Madrid, que de normal es algo gris y distante, coge una luz especial en la todo parece posible.

Cuando llegamos al piso aún no se había hecho de día, cosa de agradecer. En silencio fuimos a la cama (no vivo solo) y nos volvimos a besarnos, esta vez con más dulzura que en la discoteca. La boca le apestaba a ron, pero quién era yo para quejarme cuando seguro que mi aliento también cantaba a vodka limón.

Leo se dejó desnudar y por fin pude admirar su cuerpo, lampiño y muy bonito, era la primera vez que tocaba un cuerpo fibrado. Le besé por todos lados, desde la pierna hasta el cuello pasando por su vientre, pecho y axilas. Bajé hasta su polla y pasé la lengua de arriba abajo mientras me pajeaba. Leo enseguida se puso a cien y gimoteaba sin pensar, quizá por la borrachera. Antes de metérmela entera en la boca traté de bajarle el pellejo, pero estaba fuertemente agarrado a su capullo. Volví a dar un tirón con disimulo y la piel seguía sin bajar, así que desistí, estaba claro que Leo tenía un problema que resolver con su frenillo.

Aunque me dio un poco de bajón no iba a dejar que ese detalle estropease el momento. Leo, quizá frustrado por la situación, me pidió con su inconfundible acento italiano que le follase. Me pareció la mejor forma de continuar, y se puso a cuatro patas ofreciendo su culo liso y duro. Cogí el bote de lubricante y un condón y me puse a dilatar su agujero sin prisas, lo tenía tan bonito que me metí mucho en la tarea.

Leo estaba nervioso, comentó que no estaba acostumbrado a ser pasivo, puede que solo significara que necesitaría más tiempo de preparación para dejarme entrar, pero no fue el caso… no podía controlar su tensión y ni los dedos entraban con soltura. Cuando hice el intento de metérsela fue tarea imposible. Segundo imprevisto en una noche que parecía perfecta.

Volví a lubricarme el pito y su estrecho agujero e intenté metérsela en un par de posturas distintas, pero estaba cerrado a cal y canto y nada funcionaba. Me miró avergonzado, como sintiendo rabia de sí mismo, y yo me encogí de hombros para hacerle entender que no había manera. Me sujetó con fuerza contra la cama y me la comió con ganas, queriendo resarcirse por no haber podido entregar su culo.

Le dejé que hiciera lo que quisiera y todo lo hacía bien. Terminamos besándonos y pajeándonos el uno al otro, él se corrió ruidosamente sobre su pecho (con las palabras que usan los italianos para correrse), y a mí que nada me pone más que ver a alguien soltando leche me hizo correrme enseguida encima de su cuerpo bonito.

No resultó ser el polvo ideal pero tuvimos buena conexión y fue divertido pasar la noche con Leo. Ya entraba el sol por la ventana cuando dijo que se marchaba a dormir a su residencia. Mientras se vestía me pidió el número de teléfono para quedar otro día y yo, sin pensarlo mucho, cogí un trozo de papel y escribí un número falso. Tuve la suerte de que no lo comprobó en el momento y se guardó el papel en el bolsillo. No solo es que me hubiera echado para atrás su problema de fimosis, sino que le quedaba menos de un mes para volver a Italia y bueno, por qué no dejar aquello como una agradable historia de una noche. A veces es mejor dejarlo estar.

Nos despedimos con un último beso y me tumbé en la cama agotado y muy relajado. Cómo pensar unas horas antes que la noche acabaría así.

La fotografía de la entrada es un trabajo del fotógrafo CAINQ.

Comentarios

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  1. Está muy bien los mensajes ocultos. Como lo has hecho ?
    Eso de ir adaptándose a las situaciones que van apareciendo, siempre que no resulten insufribles, al final tiene su recompensa.
    Aunque esta no sea excepcional, al menos hace que la experiencia valga la pena.

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  2. Me he encontrado con más de un tío al que tampoco le bajaba el pellejo, pero normalmente no nos ha causado mayores problemas. Sobre dilatar, el truco es tener paciencia, sobre todo al principio, claro que... cuando estás en pleno momento de calentón a veces la paciencia no es lo que más nos apetece :P

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  3. Esa buenísima foto, al igual que tu historia, es de Cainq. Un buen fotógrafo y amigo de Alicante.

    Un saludo
    P

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