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Escaparse de casa por un calentón

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Aunque seamos del mismo pueblo nunca había visto a Jota por las calles hasta aquella noche. Él me saca cinco o seis años, así que puede que fuera de los chicos de último curso en el instituto cuando yo empezaba la secundaria. Quizá le hubiese visto de refilón en la feria, en la discoteca o quién sabe dónde sin llegar realmente a fijarme en él. Ahora viene al pueblo solo en fiestas y vacaciones, y hace unos meses me propuso vernos la próxima vez que coincidiéramos para ir a al huerto que tiene a las afueras, donde habíamos follado con mucha nocturnidad unos veranos atrás, cuando yo tenía veinte años. Todo esto mientras se quitaba la ropa hasta quedarse en pelotas frente a la webcam para hacerse la paja exhibicionista a través de la pantalla que me había prometido. En las zonas rurales es difícil encontrar un plan interesante por las aplicaciones, hay demasiados perfiles sin foto y cuando aparece uno como el suyo enseguida llama la atención. Jota me contó que venía del fes

Morbos y demás sensaciones en el puente de la hispanidad

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Tenía pendiente conocer a Rizos antes de irme estos días de vacaciones por el puente de la hispanidad y no fue hasta media hora antes de salir a la estación de buses que contestó al teléfono. Quería conocerle porque él también está en una relación abierta y puede que tengamos intereses comunes, en su caso quiere alguien fijo con quien folletear de vez en cuando “para salir de la rutina” porque no le gusta tener que estar buscando planes con unos y otros. —Vente un ratito y te vas descargadito, jeje —dijo. Después de una semana sin correrme no era mal plan como toma de contacto. Subí los tres pisos de escaleras con la maleta a cuestas hasta su casa. Tiene treinta años, aunque parece más joven… y es un modernito de Malasaña de los que tienen todo el pack de Apple. Viviendo cerca de ese barrio he podido observar a muchos de estos masalañeros a lo largo de los años, como grupo social me generan una tirria visceral pero individualmente son agradables e interes

Una de cal y otra de arena: tanteo de follamigos

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En la historia sobre cómo conocí a Loto comenté que en esos mismos días estaba hablando con otro insomne redomado, mi vecino Cris. Nos vimos hace un par de semanas a altas horas de la noche aprovechando que estaba solo en casa. Dijo: “Voy a ponerme guapo y salgo”, y apareció con una camiseta de Adidas y unos pantalones cortos de deporte, tan cortos que se le marcaba el paquete como a un camello. Se lo comenté más tarde y dijo: “¿En eso te has fijado? No he visto que me miraras”. Y yo: “Es que soy muy discreto, pero como para no fijarse”. Es más esbelto de lo que había imaginado, pelín más bajo que yo y con un cuerpo estrecho, pelo corto y las cejas bien perfiladas. Es mono, de veintipocos y hace solo unas semanas que se ha mudado al barrio para empezar la facultad en septiembre. Se nota que es de provincias, como yo. Le pareció perfecta tanto la parte del “folla” como la del “amigo”. Compartimos lugares comunes en redes sociales así que tenemos un humor parecido que nos

Un chico al que llamar follamigo

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En las últimas semanas han aparecido dos chicos del barrio que tienen todo lo que me gusta para convertirnos en follamigos, y eso es algo que no me pasaba desde hace mogollón… poco a poco pero con paso firme estoy tratando de ganármelos para que esta situación no se quede en cosa de una noche. Primero apareció un chico de veinticinco años al que llamaré Loto. Tras intercambiar fotos y palabras se dio cuenta de que ya nos conocíamos, a mí su cara me quiso sonar pero no lo recordé hasta que él lo puso en palabras. Quedamos hace al menos cuatro años, pasamos un rato morboso y agradable y después nos perdimos la pista sin más. Mi mente sí tenía guardado que ese chico me gustaba, y se lo hice saber (de forma un poco descarada). Al rato me preguntó si realmente me acordaba o me estaba haciendo el longuis, a lo que respondí con un dato que me contó aquella noche, un dato tan concreto que le dejó sorprendido. Bueno, pues pasan un par de días, es sábado noche y estamos los

Sobre la intensidad y la juventud: una historia de verano (2)

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El último día de vacaciones llegó despertándome con un sabor agridulce en la boca. ¿Alcohol? Puede. ¿Frustración? {…} Solo quedaba una oportunidad de hacer algo con Ojos Azules. Convencí a mis chicas para acercarnos al campamento a preguntar cuáles eran sus planes, pero el panorama allí era desolador. Por lo visto, aquella noche habían desfasado y la única que estaba despierta era Arantxa, la chica del peto vaquero. —No sé todavía si saldremos esta noche, amores —dijo preparándonos un café—. Queríamos hoy pasar el día descansando para el viaje de mañana, ¡y qué noche ayer! Ese comentario me entró como una patada en el estómago, lo único que podía animarme a aguantar otro día de fiesta era volver a verle, así que ya podía darme por jodido. Antes del atardecer fuimos al paseo marítimo, como siempre atestado de gente de toda condición haciendo botellón. «Miles de personas disfrutando el verano, cada una con su propia trama», pensaba, y yo, que no podía disimul

Sobre la intensidad y la juventud: una historia de verano (1)

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En el pueblo donde crecí nunca tuve uno de esos veranos idílicos que veo en los anuncios de cerveza, con playas cristalinas de arena blanca, fiestas al atardecer y algún romance que sacara mi lado enamoradizo. Después me mudé a la ciudad y no cambiaron tanto las cosas, para qué engañarme, pero descubrí que fuera de ese ambiente había otros chicos como yo, con tantas ganas de disfrutar lo que la adolescencia marica nos ha robado. Aquel fue el primer verano en que disfrutaba la mayoría de edad y para tener unas vacaciones tuve que enfrentarme a mi padre. Primero propuse un viaje al extranjero para estudiar inglés, de aquellos que becaba el gobierno, pero no le pareció bien el destino que escogí por mucho que no quedara otro. Más tarde mis amigas de la universidad hablaron de ir a un festival de música en la Comunidad Valenciana, a lo que también se negó argumentando que allí no había más que drogas y farra, cosa que bien vista era más que cierta. Temiendo no conseguir