Escaparse de casa por un calentón

Aunque seamos del mismo pueblo nunca había visto a Jota por las calles hasta aquella noche. Él me saca cinco o seis años, así que puede que fuera de los chicos de último curso en el instituto cuando yo empezaba la secundaria. Quizá le hubiese visto de refilón en la feria, en la discoteca o quién sabe dónde sin llegar realmente a fijarme en él.

Ahora viene al pueblo solo en fiestas y vacaciones, y hace unos meses me propuso vernos la próxima vez que coincidiéramos para ir a al huerto que tiene a las afueras, donde habíamos follado con mucha nocturnidad unos veranos atrás, cuando yo tenía veinte años. Todo esto mientras se quitaba la ropa hasta quedarse en pelotas frente a la webcam para hacerse la paja exhibicionista a través de la pantalla que me había prometido.

En las zonas rurales es difícil encontrar un plan interesante por las aplicaciones, hay demasiados perfiles sin foto y cuando aparece uno como el suyo enseguida llama la atención. Jota me contó que venía del festival de Benicàssim y se quedaba unos días descansando en casa para volver a otro festival el finde siguiente. Llevaba todo el verano de aquí para allá, al contrario que yo, que acumulaba semanas metido en la casa de mis padres, llena de gente, y empezaba a echar de menos la libertad del piso en Madrid.

—Gato, estoy muy cachondo. ¿Has pensado lo que vamos a hacer?

Eran las cuatro de la mañana de un martes, día de diario, y en casa ya estaban durmiendo. Si no hubiera estado tan caliente seguramente ni hubiera contestado. Para quedar tendría que escaparme a hurtadillas desde el piso de arriba hasta la puerta, pasando por esas zonas conflictivas que tienen los hogares familiares y exponiéndome a ruidos que pudieran delatarme. En mi casa algo así no es nada común y si mis padres se percataban de que me había pirado no tenía ninguna explicación lógica que sacarme de la manga. En Madrid puedo salir y entrar cuando me da la gana, pero allí es diferente, nunca me había escapado así. Creo que el hecho de tener que hacerlo le daba un punto de morbo al plan.

—Ven a mi huerto y echamos el rato —propuso tras un rato de conversación—. Nos vemos en la glorieta al lado de la gasolinera, que está al lado. ¿Te parece?

Ese desconocido me estaba ofreciendo salir por un momento de la sofocante rutina del verano, así que tenía que aceptarlo. A oscuras me fui guiando por la casa, la tengo tan estudiada de cuando era adolescente y volvía a casa borracho que no me hace falta la más mínima luz. Me cambié la camiseta y los gayumbos por unos más adecuados al momento. Estaba nervioso y excitado.

Raudo y silencioso como un gato salí a unas calles que estaban completamente desiertas. Se dice por allí que en un día normal y corriente solo los indeseables merodean por las calles del pueblo a tales horas. Sería que en uno de esos me estaba convirtiendo.

Esperé un buen rato sentado en la acera junto a la gasolinera, tanto que ya pensaba que el tío me iba a dejar allí tirado. Apareció con unas bermudas vaqueras y una camisa de flores. Jota era delgadito, con el pelo castaño y barba rala. Su piel tostada daba cuenta de que llevaba todo el verano de festival en festival, porque ese dorado no se consigue en la meseta castellana, sino que lo hace la sal.

Nos saludamos con cordialidad y me condujo a través del huertecillo hasta la caseta del fondo. Los perros ladraron a nuestro paso, menos mal que estaban atados. La caseta estaba formada por un pequeño salón con cocina y un baño. Bajo la ventana había un sofá cubierto con mantas que era lo suficientemente ancho como para usarse de camastro. La luz de la luna entraba fuerte esa noche creando un poco de ambiente, un ambiente muy del pueblo, crudo y natural.

Jota se tiró al camastro, se desnudó me echó sobre su cuerpo. Quizá era demasiado tarde para gastar tiempo besándonos con tranquilidad, pero lo hacía tan bien que no le echamos prisa. Me estaba preparando para pegarme una buena follada. Cuando se empalmó me puso a mamar, y supo ser lo suficiente buen activo como para comérmela a mí también.

Nos la chupamos el uno al otro casi hasta corrernos, tuve que avisarle rápidamente para que no siguiera. Después de todo lo que había montado para llegar hasta allí no iba a dejar que se acabara tan pronto. Ni de coña, yo había ido allí a ponerle el culo.

Me separó las piernas para colocar la polla en la entrada de mi culo e hizo presión poquito a poco. Dejé que se frotara tranquilamente para que lo fuera dilatando. Me habían follado pocas veces y estaba tenso. Jota me pidió que abriera la boca y obedecí. “Ábrela más, nene”, ordenó, y abrí todo lo que pude. “Ahora saca la lengua”, dijo después, y me escupió directamente en la boca.

Era la primera vez que me escupían así, y al principio me causó impresión, pero luego me dejó de importar y el chaval siguió a su bola haciendo y deshaciendo para ponerme como un perro obediente. Si el objetivo de aquello era distraer mi atención lo consiguió, porque en poco tiempo mi culo empezó a ceder a cada restregón hasta que la punta de su polla entró por inercia.

Dispuesto a que me follara a su gusto me levanté del sofá y me quedé de pie frente a la chimenea, de espaldas, apoyado en la repisa y ofreciéndole el culo en pompa. Era el regalo por haberme invitado. Me agarró de la cintura y fue manejando mi cuerpo como un trípode hasta quedar a la altura que le venía mejor. Se enfundó un condón y cuando consiguió meterla hasta el fondo empezó a darme fuerte contra la chimenea. Esos jadeos, esas embestidas, eran propias de un tío que lleva muchos días de vacaciones sin poder hacerse una paja a gusto y con unas ganas tremendas de descargar. Estaba muy a gusto sintiendo a mis espaldas cómo Jota me reventaba sin miramientos.

Me hubiera gustado que fuera invierno para tener la chimenea encendida y así sentir el subidón de calor del fuego abrasándome la piel y abriéndome los poros.

Como su polla tenía un tamaño ideal, ni grande ni pequeña, me mantuve duro y pude tocarme a gusto a pesar de tener las piernas cargadas por la posición. Apreté para que él lo sintiera mejor. Mi activo me la agarró con una mano para seguir cascándomela y que pudiera apoyarme la repisa para aguantar el ritmo de la follada.

Después de ese último zarandeo dejé de sentir el roce y todo era placer. Entonces me la sacó y aceleradamente se quitó el condón y me vertió por la espalda su lefa caliente de una semana. Para no quedarme a medias aceleré el ritmo y me corrí en el hueco de la chimenea.

Mientras Jota limpiaba la chimenea yo observaba tumbado en el sofá. No le dejé que me limpiara la espalda, solo que la esparciera para que se secara por sí misma en mi piel. Había disfrutado el polvo, pero en ese momento mi cabeza se estaba inundando de otras ideas como la de encontrarnos por el pueblo en la discoteca o en algún bar y que me llevase a los baños o a un callejón a empotrarme de forma salvaje. Tratándose de este pueblo quizá era hacerse demasiadas ilusiones, es una fantasía porque es realmente complicado que eso pase allí. Me invitó a un refresco y luego se ofreció a acercarme en coche, pero preferí no molestar más e irme por mi cuenta.

Volví andando a casa pasadas las seis de la mañana. El cielo amanecía y por las calles ya andaban los primeros trabajadores y las viejas que se levantan a primera hora para limpiar con un cubo de agua la acera frente a sus casas. Me resultó placentero ese ambiente, tranquilo y extraño, una sensación que me habría perturbado menos de haber estado en Madrid. Allí todo el mundo comenta y nunca sabes de qué modo pueden llegar los cuchicheos, te puede ir a la contra, o al menos eso es lo que pensaba cuando era tan joven y aún me importaban esas cosas. Yo estaba contento, muerto de sueño y respirando el aire fresco de la mañana con la agradable sensación de tener el culo bien abierto y usado.

Comentarios

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  2. Un placer leerte de nuevo después de tantos meses ;-)
    Aunque la comunicación y la información llega a todos lo sitios, los pueblos siguen siendo su propia dinámica. Para bien o para mal.

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