Sobre la intensidad y la juventud: una historia de verano (2)

El último día de vacaciones llegó despertándome con un sabor agridulce en la boca. ¿Alcohol? Puede. ¿Frustración? {…} Solo quedaba una oportunidad de hacer algo con Ojos Azules. Convencí a mis chicas para acercarnos al campamento a preguntar cuáles eran sus planes, pero el panorama allí era desolador. Por lo visto, aquella noche habían desfasado y la única que estaba despierta era Arantxa, la chica del peto vaquero.

—No sé todavía si saldremos esta noche, amores —dijo preparándonos un café—. Queríamos hoy pasar el día descansando para el viaje de mañana, ¡y qué noche ayer!

Ese comentario me entró como una patada en el estómago, lo único que podía animarme a aguantar otro día de fiesta era volver a verle, así que ya podía darme por jodido.

Antes del atardecer fuimos al paseo marítimo, como siempre atestado de gente de toda condición haciendo botellón. «Miles de personas disfrutando el verano, cada una con su propia trama», pensaba, y yo, que no podía disimular el corte de rollo que tenía encima, sentía que la mía se veía arrastrada mar adentro. A pesar de todo, las cosas no son tan dramáticas cuando estás viviendo y según pasaron las horas me entregué a los cubatas y a la música en vivo y llegado cierto punto de la noche simplemente lo di por perdido y lo olvidé.

Cerca de las tres de la mañana salimos a tomar un respiro y nos encontramos a Nico y sus amigos, tirados en un espacio de pufs que había entre los dos escenarios, agotados pero con ganas de hablar.

—¡Al final os habéis animado! —chilló Eva acercándose al grupo.
—¡Sí! —dijo Arantxa vivaracha—. Los que conducen mañana se han quedado durmiendo, y el resto… aquí hasta que el cuerpo aguante.

Sin pensármelo dos veces me tumbé junto a Ojos Azules, que iba tan mono como siempre en bermudas cortas y una camiseta verde que le realzaba el pecho y la espalda, con su pelo revuelto y su mirada prudente.

Las mariposas volvieron ipso facto, intensificando la sensación de mareo, aunque llegados a ese punto me veía tranquilo y desinhibido por el alcohol, con una mezcla entre “esto no va a quedar en nada” y “ya que estamos aquí, que pase lo que tenga que pasar”.

Cuanta más cháchara más lejana veía la posibilidad de quedarme a solas con el chico al que quería besar, y entonces… ¡Magia! Ojos Azules empezó a actuar. Mientras que sus amigos fueron dispersando a tal o cual sitio, él iba rechazando todos los planes y no se apartaba de mi lado, como sucedió el primer día. No sé si lo hacía aposta pero una hora más tarde tan solo quedábamos nosotros dos y mis amigas y se estaba levantando un fresco viento marítimo imposible de ignorar. Ojos Azules se acurrucó en el asiento, amodorrado, hasta que en algún momento cerró los ojos y se evadió.

—Chicas, ya no me duele el pie —dijo Lola levantándose—. ¿Qué hacemos? O nos movemos o nos quedamos pajarito.
—Estamos a tiempo de ir al concierto de Digitalism y rematar como dios manda —dijo Eva sosteniendo el folleto de horarios.
—O también podemos irnos a dormir y que le den por culo a todo —refunfuñó Mara.
—Yo estoy con Eva… anímate, tía, que es la última noche —contestó Lola abrazándola por detrás—. ¿Mara? ¿Mara? ¡Vamooos! ¿Mara? ¿Hola?
—¡Vale, vale! Voy porque paso de volver sola al campamento.
—Olé mi niña —y le dio un beso.

Lola se acercó a mí revoloteando como una golondrina.

—Gatito, vamos a ir a Digitalism hasta el cierre, ¿os apuntáis?
—Mejor me quedo con Ojos Azules —contesté—. Mírale cómo está.

Parecía que se había quedado dormido y tiritaba tanto o más que nosotros. Lola le hizo una caricia, pensando qué decir, y luego me miró con cara de madre como si estuviera pidiéndole permiso para salir a jugar.

—Va, pero no pierdas el móvil de vista, cuando terminemos te llamo y volvemos todos juntos. ¿Capisci?
—Entendido, mi comandante —y miré a las otras dos—. ¡Tened cuidado y pasadlo bien!

Las chicas desaparecieron en la multitud y al fin nos quedamos a solas. No sabía qué hacer, estábamos tan cerca y yo dándole calor, con mi cara a pocos centímetros de la suya sin poder hacer nada, y cuando nuestras respiraciones empezaron a cruzarse Ojos Azules abrió los ojos y sonrió.

—¡Hola, chiquillo!
—Qué cabrón, no me digas que estabas fingiendo —le dije.
—Nooo, estaba en duermevela, te lo juro —me atusó el pelo, zalamero—. Más o menos me estaba enterando de lo que decíais.

No pareció incomodarle mi acercamiento; de hecho, se arremolinó buscando el calor de mi cuerpo y seguimos quietos, contemplando el panorama en silencio.

—Esto es la muerte de un sueño de verano, ¿verdad? —susurró—. Mañana a estas horas toda esta gente estará de vuelta con sus padres, durmiendo en sus camas, volviendo a la misma rutina de mierda.
—Segurísimo que les parece una putada volver a dormir ocho horas en un colchón en vez de una colchoneta.
—Qué tonto, sabes a lo que me refiero —y nos reímos.
—¿Nos damos un poco de calor?
—Sí, porfa, hace un frío insoportable… ojalá me hubiera traído una sudadera —respondió acercándose más.

Le agarré con fuerza y no sé cuánto tiempo permanecimos así… a tales horas el tiempo pierde un poco su significado.

—Podríamos volvemos al camping —dijo.
—¿Sí? Venga, vámonos.
Relato gay, tienda de campaña

En el camino de vuelta charlamos de la clase de temas sin importancia que pueden divagar dos amigos con unos cubatas de más. Coincidiréis conmigo en que es muy placentero ese momento en que te das cuenta de que has dejado de medir tus palabras ante otra persona, es como si de repente se despejaran las nubes que impedían ver lo inmenso y lleno de posibilidades que es el firmamento.

El corazón me palpitaba pensando en qué pasaría una vez llegásemos al cruce que dividía nuestros campamentos, pues bien, la cosa surgió cuando empezamos a hablar de comida y nos dimos cuenta de que estábamos hambrientos.

—Tío, llevo sin comer nada desde la tarde.
—¿Y si zampamos algo? Yo no puedo dormir con el estómago vacío —dijo con naturalidad.
—¿Qué me ofreces?
—Emm… pues ahora que lo pienso en mi tienda no queda nada.
—Vamos, que me has traído aquí para que te dé de comer, ¿eh? —dije en tono sarcástico—. Vente a la mía, tengo sobras de pan y fuet.

Devoramos la última cena a la luz de la linterna del móvil. Flotando en ese ambiente de intimidad que no habíamos tenido hasta entonces me dejé seducir por su voz cálida y su ternura, una inocencia que a la vez me hacía dudar de si querría dar el paso hacia algo más guarro.

No me di cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo hasta que recibí la llamada de Lola. «¡Coño, Lola!» Colgué y le envié un mensaje rápido: “Estoy ya en el campamento, no hagáis mucho ruido al llegar”.

—¿Quieres quedarte a dormir? —le pregunté.
—No sé, no quiero molestar... ¿qué va a decir Lola?
—No pasa nada, de verdad, puede dormir con las chicas en la otra tienda.
—Vale, si tú lo dices entonces me quedo —y se relajó en la colchoneta—. Pero nos acostamos ya, que mañana va a ser un día duro.

Nos quedamos a oscuras bien pegaditos el uno al otro de forma instintiva, mirándonos a través de la delgada luz que aparece en el cielo poco antes del amanecer, con los labios muy cerca, y aunque los dos sabíamos lo que queríamos hacer todavía no terminábamos de atrevernos.

—¿Recuerdas que anoche estuvimos jugando a verdad o atrevimiento? —murmuré.
—Claro.
—Cuando dije que me liaría con alguien del grupo, me refería a ti… creo que ya lo sabías, pero te lo digo de todas formas.

Fue suficiente para que Ojos Azules perdiera la compostura y me besara de una vez. No era el mejor momento, pero era un momento. Y menos mal. Besaba bien, con ganas y sin remilgos, empezamos lamiéndonos lentamente los labios y terminamos metiéndonos la lengua hasta el fondo. Menudo subidón al saber que mis comportamientos y coqueteos de los últimos días no venían de pensamientos infundados. Gustarle a un andaluz guapo, ¿yo? No habría apostado por ello, pero pasó.

Acaricié su espalda por debajo de la camiseta, bajando hacia las piernas y sintiendo el tacto de su culo pequeño y duro. Todo su cuerpo estaba rocoso y proporcionado y olía bien, sudado pero bien… olía como tierra seca, a hombre. Podría haberme pasarme el resto de la noche toqueteándole. Nuestros rabos empalmados se rozaron sin querer, como buscándose en una caricia, y los frotamos con un movimiento sutil de caderas que nos puso cachondísimos.

—Joder… tenía muchas ganas de que pasara esto —susurró con ese suave acento andaluz.
—Hemos sido tontísimos —dije abrazado a su cuello.
—Sí, lo siento.
—No pasa nada, tenemos esta última noche para nosotros.

El frío mañanero no impidió que nos quedáramos en pelotas aunque dentro de la tienda se estaba creando un microclima particular, donde retozamos como marmotas restregando nuestros cuerpos y pollas. La suya era más grande que la mía, curvada hacia arriba de forma exagerada, pero lo que más me ponía es que estaba dura de verdad, como una piedra, y pajeándonos podía sentir cada una de sus pulsaciones.

Escupí y me la metí en la boca, pasando la lengua por el pellejo y el capullo, se le empezaron a descontrolar los gemidos, que muy altos no eran, pero frente al silencio sepulcral que había fuera de la tienda pareciéramos estar montando un escándalo. Después se puso de lado y me folló la boca a conciencia, moviéndose rítmicamente y dándose a su propio placer.

—Te juro que no tiemblo de frío sino de lo cachondo que estoy —dijo abrazándose a mi abdomen—. No me he tocado en todos estos días…
—Como yo, creo que podría reventar en cualquier momento.
—¿Quieres que te folle? —me echó su penetrante mirada.
—Mmm… vamos a hacer un sesenta y nueve y luego ya vemos.

Tratamos de buscar la posición correcta en la tienda (un asunto complicado para dos chicos tan altos) y nos la chupamos gozando la sensación de tenerlas tan duras y robustas después de una semana a palo seco. Yo seguía recreándome en sus piernas, su vientre, su pecho, su todo… quería aprovechar cada centímetro de él. Nos metimos un dedo cada uno, mi agujero estaba estrecho como de costumbre, pero el suyo era más elástico y enseguida pidió que le metiera otro más.

Metiéndonos dedos estuvimos a punto de corrernos, pero Ojos Azules supo parar abrazándome por la espalda en posición de cucharita y frotando sin parar su rabo contra mi culo. Le dejé que se pajeara tranquilo, pero solo podía pensar en que me tomara y follara sin clemencia. Contra la colchoneta, contra el suelo, donde fuera. Menos mal que no lo hizo, porque digamos que en seis días de festival la higiene había perdido su significado como palabra.

El hecho de estar con el chico perfecto (y no cualquier otro) en una tienda de campaña a cientos de kilómetros de casa me hizo sentir fuera de mí, y al escribirlo lo percibo como si le hubiera pasado a otra persona. Aún recuerdo lo morboso que resultó aquello, guarreando desnudos con el ruido de fondo de la gente que volvía de fiesta mientras amanecía en el interior de la tienda.

Para terminar se metió entre mis piernas a chupármela mientras se tocaba con la otra mano. Se retorció y sentí su leche impactando contra mi culo, haciendo que también me corriera abundantemente. Me limpió con la lengua y se envolvió en mis brazos. Habíamos agotado las últimas migajas de energía de las vacaciones y poco sucedió hasta quedarnos dormidos, desnudos y abrazados bajo una mantita y un par de chaquetas.

Horas más tarde Ojos Azules se despertó, miró la hora en el móvil y empezó a vestirse. Aún era demasiado pronto. Le agarré por inercia tratando de acercarle de nuevo, pero fue inútil.

—Me marcho, Gato —musitó—. Vamos a irnos temprano y todavía tengo que recoger mis cosas y hacer el macuto.
—Jo… quiero dormir contigo toda la mañana.
—Sí, ojalá pudiéramos haberlo hecho estos días —me dedicó una sonrisa cansada—. Sigue durmiendo, nene, que estás muy mono.

Consciente de que podría ser la última vez que le viera me despedí con un beso y regresé al mundo de los sueños.

Relato gay, chicos desnudos al borde del lago

Cuando desperté del todo la atmósfera del camping había cambiado por completo. La gente vagaba medio zombi limpiando y recogiendo, haciendo mochilas o desmontando tiendas de campaña. Lo que antes podía considerarse una ciudad efímera ahora había perdido más de la mitad de su densidad.

—¿Una magdalenita? —dijo Eva, sacudiendo la bolsa. Sus ojeras se apreciaban por debajo de las gafas de sol.
—Por favor.

Mientras desayunábamos juntos aparecieron las otras dos cuchicheando.

—¿Dónde os habíais metido? —preguntó Eva.
—Hemos ido a despedirnos de éstos —respondió Mara—. Ya están metiendo los trastos en el maletero, se van enseguida.
—Eh, Gatopardo, ¿no vas a ir a despedirte después de lo de anoche? —dijo Lola dándome una fuerte palmada en la espalda.
—¿A qué te refieres con lo de anoche?
—Me refiero a que he dormido pegada a estas dos porque alguien había usurpado mi sitio en nuestra tienda —dijo, y Mara asintió con la cabeza.
—¡Coño, no me he enterado de eso! Cuenta, cuenta —exclamó Eva animada de repente.
—Pues nada, que al final nos fuimos de los escenarios, nos liamos a tope y nos quedamos sobados.
—Ay… de verdad, tía, cuando me asomé estaban tan monos durmiendo abrazaditos.
—Mmm… sexo gay, prohibido, furtivo, salvaje. ¡Qué envidia! —dijo Eva remarcando sus palabras con las manos.
—No pasó nada en especial, pero fue muy guay —dije.
—¿Y no quieres despedirte de él? —insistió Lola—. ¡Que se va a ir ya!
—Claro, aunque sea un último beso —añadió Mara.

Lo cierto es que quería ir, pero me sentía cohibido con esas dos liantas mareándome la cabeza. La cultura heterosexual es un circo, tienen tan interiorizado el concepto del amor que lo todo lo puede, el destino y esas cosas… estaban emocionadísimas.

Por el contrario, yo no era tan idealista y tenía claro que lo que pasa en las vacaciones se queda en las vacaciones, sin que haya nada de malo en ello; al fin y al cabo, Ojos Azules vivía en Andalucía y había pocas posibilidades de que fuera a más. No sé cómo consiguieron convencerme de que por una vez podía arriesgarme e intentarlo.

Por el camino pensaba qué podía decir que no sonase ridículo y se me ocurrió cortarme la pulsera del festival para regalársela, a falta de otra cosa mejor. A plena luz del sol debía verme como una rata de alcantarilla, olía a alcohol y el sudor me caía a regueros por el pecho y la espalda dejando huellas sobre la suciedad.

Cuando llegué ya habían partido todos los coches. Me quedé sentado en el claro que había formado el campamento desahuciado, meditabundo y con un poco de tristeza en el cuerpo. Sin duda podría haber sido una bonita despedida… pero así son las cosas en la vida real, sencillamente no puedes escapar de su amargo realismo.

—No pasa nada —dijo Lola ya en el bus de vuelta—. Con todos los amigos que tiene en Madrid seguro que algún día volvéis a veros.

En Valencia me recogieron mis padres (que estaban veraneando por allí) para pasar unos días juntos. Mi padre me recibió con los brazos abiertos después de casi un mes sin hablarnos, por lo visto habían emitido imágenes del festival en la televisión y no le había parecido tan malo y tenía ganas de que le contara cosas. Segunda cosa bonita que me pasaba en menos de veinticuatro horas 🙂.

En los días siguientes seguí hablando con Ojos Azules por mensajes, él me contaba sus cosas y yo las mías y me permití entusiasmarme aunque solo fuera un poquito. Vale que todo podría haber sido más intenso y menos precipitado, pero a fin de cuentas aquel fue mi primer romance de verano y lo recuerdo con un cariño especial. Es por eso que esta historia tiene un regusto a encoñamiento, y es que uno piensa que estas cosas se repiten hasta que pasan los años y ves que son historias únicas y escasas.

Lo curioso es que la profecía de Lola se cumplió y volvimos a vernos tiempo después, pero eso ya es otra historia.

1ª PARTE  🔸  2ª PARTE

El primer borrador se publicó en el blog el 10 de enero de 2015 y ha sido reeditado en julio de 2021 dividido en dos partes.

Los gifs son de la película "Summer Storm" y la canción es de "Passive Me, Aggressive You", un alucinante disco dreampop que me transporta a aquellos escenarios veraniegos.

Comentarios

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  1. ¡¡POR FIN!! Llevaba esperando este momento desde que leí tu último post en noviembre. Hace 5 días publicaste el primero del año diciendo que ya "estabas disponible y habías vuelto". Este post me ha recordado a algo parecido que me ha sucedido este mismo verano que acaba de pasar, y pues justamente "en el último momento" tuvo un romance pero fue "poco" pero al menos un buen comienzo en este mundo ^^.



    P.D. Soy el chico que te ha escrito varios emails. No sé si has visto el último que te envié.



    James

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    1. Oh, qué expectación jaja muchas gracias de veras! Los e-mail creo que están todos vistos porque no tengo nada marcado.
      Tienes razón, un buen comienzo. Estas cositas a lo mejor luego no llevan a nada pero a uno le dejan muy buen sabor de boca, buenos recuerdos y ganas de descubrir más cosas. Eso sí, pasa el tiempo y no te dejas de preguntar qué más hubiera pasado si hubiera habido más tiempo en vez de ser justo al final. Da rabia. Seguro que tu historia, con sus diferencias, es también muy chula, a ver si te animas a escribir. Si lo vas a hacer, cuanto antes. Que luego se olvidan muchas cosas!

      Abrazo

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  2. Las historias son como son, y los "...y sis" solo sirven para amargarse o atormentarse.
    Esta es una bonita y sencilla historia de un fugaz amor de verano, que es como la viviste y tienes que recordar ;-)
    Y no te preocupes... hasta el más duro de los tíos se enmoña alguna vez en su vida, jejeje ;-)

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    1. tengo que reconocer que enmoñarse da un subidón que es muy chulo también :P fue entretenido escribir esta historia desde el corazón.

      saludos perro :)

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  3. Bonita historia de verano, en mi caso todas mis relaciones más especiales y momentos más recordados siempre han tenido lugar en verano, en mi caso sí podría ser prota de alguno de esos anuncios veraniegos con la cerveza en la mano.

    Genial tenerte de vuelta ;)

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  4. ¿Qué ha pasado? Llevas 11 meses sin actualizar :/.



    James

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  5. No sabía que escribías tan bien! Como persona que aparece en esta historia me ha transportado de nuevo a ese verano jeje un besito guapo 😘 te seguiré leyendo.

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