Sobre la intensidad y la juventud: una historia de verano (1)

En el pueblo donde crecí nunca tuve uno de esos veranos idílicos que veo en los anuncios de cerveza, con playas cristalinas de arena blanca, fiestas al atardecer y algún romance que sacara mi lado enamoradizo. Después me mudé a la ciudad y no cambiaron tanto las cosas, para qué engañarme, pero descubrí que fuera de ese ambiente había otros chicos como yo, con tantas ganas de disfrutar lo que la adolescencia marica nos ha robado.

Relato gay, chicos besándose en el lago

Aquel fue el primer verano en que disfrutaba la mayoría de edad y para tener unas vacaciones tuve que enfrentarme a mi padre. Primero propuse un viaje al extranjero para estudiar inglés, de aquellos que becaba el gobierno, pero no le pareció bien el destino que escogí por mucho que no quedara otro. Más tarde mis amigas de la universidad hablaron de ir a un festival de música en la Comunidad Valenciana, a lo que también se negó argumentando que allí no había más que drogas y farra, cosa que bien vista era más que cierta.

Temiendo no conseguir nada acabé escapándome al festival con el apoyo moral de mi madre, que en estos temas siempre empatiza mejor conmigo ya que, como ella dice, su juventud fue demasiado corta. Se casó a los veinte y un año después ya había nacido su primera hija, como le pasaba a la mayoría de mujeres del pueblo en los ochenta.

Pues bien, a principios de agosto me planté junto a mis tres amigas en la estación de Atocha, mis primeras vacaciones sin ningún tipo de control, ni pretensiones culturales o turísticas, unos días en los que prestarme a la libertad, la música, la fiesta y los placeres mundanos. El mar Mediterráneo nos recibió horas más tarde con el inconfundible topetazo del calor húmedo, esa sensación tan especial para los que somos de la meseta.

Pasamos el día preparándolo todo y llegamos al camping de noche, así que no nos quedó otra que montar las tiendas de campaña alumbrando con la linterna del móvil. No teníamos mesas ni sillas ni nada, todo muy precario e improvisado. En una de las tiendas dormía Eva (la amiga fiestera y la más peligrosa) con Mara (la buenrollera del grupo) y en la otra tienda dormía yo con Lola (una tía graciosísima e hiperactiva y mi mejor amiga de la uni).

De ahí en adelante las cosas marcharon siguiendo su curso natural, pero no os aburriré con detalles innecesarios: las mañanas las pasábamos durmiendo a pierna suelta, las tardes jugando en la zona de camping o en la playa y por las noches nos movíamos entre los conciertos, donde gritábamos y saltábamos hasta reventar, cervecita por aquí, copita por allá.

Era como estar en el anuncio de cerveza, o casi. Fuera de la realidad pero bajo la autenticidad que da el presente, es decir, alejada de toda ficción aunque mucho más intensa.

El festival era largo, casi una semana, por lo que al cuarto día de borrachera continua y conciertos hasta altas horas de la madrugada estábamos destrozados y necesitábamos un día de descanso. Nos quedamos haciendo vida por el camping, y así es como acabamos en el campamento de Nico, mi ex de la facultad, con el que había vuelto a tener una amistad normal tras un tiempo de distanciamiento. Nico nos presentó a su grupo de amigos de toda la vida, en el que había muchas chicas y bastantes maricas, todos muy simpáticos.

Pasamos la tarde entre aperitivos y juegos de beber hasta que se fueron desperdigando y nos quedamos a solas con Nico y un chico alto y delgado al que llamaré Ojos Azules. Tan solo le había visto de alguna que otra foto de Instagram. Pese a que se le veía cortado con nosotros, el desparpajo de mis amigas hizo que se fuera soltando, y mientras que ellas se iban a cotillear con Nico o empezaban con sus brotes descontrolados de locura fui aprovechando para conocer más de él.

—¿Por qué no te fuiste a estudiar a Madrid como tus amigos?
—Esa ciudad es muy grande para mí, nene —respondió.
—A mí me lo vas a decir, que vengo de un pueblo trescientas veces más pequeño.
—En verdad estamos repartidos por todos lados, una mitad en Madrid y la otra en distintas ciudades de mi comunidad. ¿Has estado alguna vez en Andalucía?
—De pequeño fui a Sevilla y Málaga, pero tengo pocos recuerdos. Volveré… ¡cuando tu amigo se digne a invitarme!
—Mi ciudad es preciosa, tienes que venir —dijo, y le dio un trago a la cerveza.

Charlamos de los típicos temas, esos que son necesarios para pasar a otros y que se hacen un poco pesados. Ojos Azules tenía una voz grave marcada por un suave acento andaluz, y su piel tostada brillaba resaltándole los rasgos corporales, a diferencia de la mía, que en los últimos días había pasado de un blanco mortecino a un rojizo preocupante.

—¿Cuál es tu grupo favorito del cartel?
—No sé, no son muy de mi rollo —respondió torciendo el gesto—. Ayer me lo pasé muy bien en La Raíz, igual solo es que no conozco a casi ninguno.
—Así que has venido por el despiporre.
—Claro, y por estar con mis amigos… aunque en verdad cansa un poco hacer todos los días lo mismo.
—Yo físicamente bien, pero ya estás viendo lo intensas que son mis amigas, ¡esto es mentalmente agotador!
—Ya, no paran. Yo soy un chico muy tranquilico y a veces me pasa lo mismo con los míos.
—Puedes contar conmigo para echar el rato y quejarnos de cosas.
—Gracias nene, lo tendré en cuenta —y sonrió.

Desde el plano poético los ojos de ese chico me estaban abrasando la piel con más fuerza que el tórrido sol de la costa del azahar. Desde el plano terrenal me pareció un muchacho agradable y super atractivo. Quién sabe qué más me diría, ya han pasado unos cuantos años de aquello, pero cuando nos largamos de allí me dejó con una sonrisa de tonto en la cara y con ganas de volver a encontrarnos.

—¿Vendréis esta noche a los conciertos? —preguntó al despedirnos.
—No creo, vamos a quedarnos en el camping para estar mañana descansadas —respondió Lola—. ¡Ya nos veremos, guapetón!
—Vaya.

De vuelta al campamento Lola me comentó efusivamente que había estado instigando a Ojos Azules con preguntas, elogios e historias buenas sobre mí. Nunca hay que subestimar el extraordinario poder de una amiga mariliendres porque sin haberle dicho ni una palabra ya me tenía calado hasta las cejas.

—Es un chico encantador y te pega mucho —dijo Mara, metiéndose en la conversación.
—Bah, no creo que le haya causado mucha impresión, aunque no voy a saberlo porque es un poco cortado.
—¿Pero a ti te gusta? —inquirió Lola.
—Ay, chica, yo que sé. Pues sí, es mi tipo —respondí, sabiendo que Lola transformaba fácilmente mis suposiciones en hechos—. ¿Qué creéis que dirá Nico si me ve zorreando con uno de sus amigos?
—¿Importa acaso lo que pueda decir? Él está a sus cosas así que tú preocúpate de lo tuyo —sentenció Mara, la mariliendres wannabe.

Sus comentarios me eran indiferentes porque las chicas siempre hacían lo mismo cuando entraba otro gay en escena, como si fuéramos tan escasos que se sintieran obligadas a emparejarme con cada uno de ellos. No iba a atreverme a hacer nada mientras no viera reciprocidad, y no lo había notado de primeras. Sin embargo, sí atisbé en su mirada un resignado aburrimiento y las mismas ganas de vivir un poco de aventura.

Aquella noche hicimos fiesta de pijamas en bañador y cuando el otro grupo volvió de fiesta ya estábamos dormidos.

Relato gay, concierto en el festival

A la mañana siguiente estaba fresco como una rosa, pero fui más consciente de que solo quedaban un par de días para que acabase el festival y si quería sacar algo en claro tenía que ponerme las pilas. Por la tarde nos acercamos al escenario que estaba junto a la playa. Lo bueno de salir por la tarde es que había poca gente en comparación con la que se liaba más tarde, lo malo es que a esas horas el sol caía a plomo sobre la arena reseca y sin sombras, con una fuerza implacable. Sentías sus rayos perpendiculares atravesarte el cráneo y achicharrarte el cerebro.

No pasó mucho tiempo hasta que nos topamos con el grupo de Nico y de forma espontánea nos acoplamos a ellos. Nos llevaron a la fiesta de la piscina que había junto al dique marino en la que varios DJ’s pinchaban música electrónica, unas veces más comercial y otras más de rave.

La piscina del festival puede que sea uno de los sitios más agobiantes que he tenido la desgracia de conocer. Dentro del agua la gente se apelotonaba como sacos de carne y en los alrededores otros cientos bailaban y se paseaban, cada uno a su rollo y la mayoría borrachos o drogados. Ese ambiente no impidió que nos tiráramos al agua a hacernos un hueco.

Da igual la edad que tengas que las piscinas tienen el poder de llevarte a los mismos juegos de siempre, los que hacíamos de pequeños, y es increíble revivirlo, no sé, será porque en ese terreno no se han inventado juegos de adultos. Allí era más sencillo el contacto piel con piel con Ojos Azules y estrechar lazos, hacernos aguadillas y piruetas y montarnos el uno sobre el otro en repentinas peleas de agua. Fue muy divertido…

Pude observar lo bonito que era su cuerpo y lo desmerecido que estaba con ese bañador tan ancho que le llegaba hasta la rodilla. ¡Si lo tuviera yo! Me habría puesto uno tan ceñido que se le habrían caído los ojos al fondo.

De vez en cuando toda la gente en la piscina se confabulaba para girar en la misma dirección haciendo un mega torbellino. Si el juego empezaba no es que pudieras negarte a colaborar o de lo contrario te veías arrastrado al interior. En una de esas el torbellino me succionó con Mara, que estaba cogida de mi brazo, y nos quedamos en el centro pataleando como gallinas junto al resto de miserables.

Ojos Azules pasó al lado y notó mi mirada de socorro, pero se lo llevó la corriente. Dio otra vuelta y cuando apareció de nuevo nos agarró con fuerza y de un tirón nos devolvió al flujo gravitacional. Yo estaba medio ahogado y mi amiga tosía asqueada por el cloro, así que en cuanto se calmó la cosa salimos y nos sentamos en el borde.

—¡Príncipe de ojos azules, menos mal que nos has salvado! —exclamó Mara abrazándole y besándole la cara.
—¿Ha sido para tanto?
—No creas que es fácil respirar cuando estás ahí dentro —dije todavía con la respiración ahogada.

No sabéis la envidia que me daba tener que ver lo sencillo que era para Mara comerle la cara y decirle cosas bonitas mientras que a mí no me quedaba otra que contenerme por miedo a cagarla.

—¿Quieres venir al concierto de “Two Door” con nosotros? —le pregunté con fingido desinterés—. Va a estar guay.
—Me gustaría, pero ya tenemos otros planes, hemos quedado más tarde con unos colegas de Arantxa.
—Ah, vale… ¿y tú quieres ir?
—En verdad apenas los conozco, solo que con tanta gente y sin móvil da palo perder a mis amigos de vista.
—Tú vente con nosotras que somos majísimas y te vamos a cuidar bien —dijo Mara con una sonrisa de oreja a oreja, y volvió a zambullirse en el agua.

Antes de perderse en la masa de cuerpos me guiñó un ojo, un ojo pícaro de mari-wannabe haciendo puntos. Esta tía pretendía tramar algo para que mi propuesta no cayera en saco roto.

—Oye, Gato, ayer me enteré de que eres tú el que estuviste con Nico a principios de año —dijo Ojos Azules—. Quiero decir, que había oído hablar de ti, pero no lo había relacionado.
—Pues soy yo en carne y hueso —dije con un gesto de manos—. Yo también te había visto en alguna foto por ahí.
—¿Y qué es lo que tuvisteis? —preguntó nervioso, como si temiera exceder nuestra confianza—. Por curiosidad.
—Para serte sincero no mucho, estuvimos tres meses juntos hasta que se dio cuenta de que seguía enamorado de su ex y acabaron volviendo juntos.
—Ah, sí… tienen una historia algo complicada. ¿Y cómo te sentó?
—A día de hoy lo pienso y creo que lo sobredimensioné —me balanceé suavemente agarrado al borde de la piscina—. Es que era mi primer novio, ¿sabes? Y además me gustaba bastante, pero en realidad no pegábamos nada.
—Las relaciones van y vienen como una ola en el primer año de universidad, lo he visto en muchos de mis amigos.
—¿Y tú tienes algún novio por ahí?
—Qué va, yo ná —dijo poniendo una sonrisa tierna—. Las relaciones van y vienen y yo soy el que se queda mirando mientras tanto.

Al final de la tarde Mara, Eva y Lola habían conseguido reunir un discreto grupo que incluía a Nico y dos de sus amigas andaluzas que no querían perderse el concierto, y con eso Ojos Azules al final se animó a venir.

Él no se sabía las canciones y puede que ni siquiera le gustara el grupo, pero bueno, si estaba allí sería por algo, ¿no? Me hacía ilusión pensar que tal vez se estuviera quedando por mí 😅 así que aprovechando el momento no me aparté de su lado.

“It's not the same, it's not the same, it's not the same
You're gonna tell me that I'm right
You know you're gonna come back down
Find yourself where you are again
You didn't know, you didn't know, you didn't know
So don't pretend you saw it now
It's not something you'd want to happen
Now you know who you are again”

Pese a que la música sonaba a todo trapo nos comunicábamos a través de miradas furtivas y chistecitos al oído. Me encargué de avisarle cada vez que llegaba un subidón bien petado de “riffs” estridentes de guitarra, le animé a que dejara a un lado su corrección para ponerse a saltar descontroladamente con nosotras… ¡y surtió efecto!

No podía adivinar si Ojos Azules tan solo estaba siendo agradable conmigo, pero no había forma de quitarme de encima la excitación que hormigueaba en la boca de mi estómago, extrañamente mezclada con el miedo y la emoción de un desafío a contrarreloj en el que tenía que darlo todo o nada. Es difícil olvidar el olor del ambiente en un concierto así…

Pasamos el resto de la noche sentados en las rocas del dique, charlando y bebiendo cerveza con la música de los conciertos de fondo.

—¡PRUEBA GENERAL! —anunció Lola teléfono en mano—. Yo nunca he follado en un sitio público —y bebieron Eva, Nico y Ojos Azules.
—¡Yo en la mesa de un parque! —exclamó Eva descojonada y cocidísima.
—Qué aburridas, niñas —nos dijo Nico al resto.
—Yo me doy besitos con ésta —dijo Mara, y le dio un pico a Lola.
—¡GATO! ¿Verdad o atrevimiento?
—Verdad —dije, y Lola pulsó el botón de “verdad” en la aplicación.
—¿Te liarías con alguno de los jugadores?
—Hum… si quiere, por qué no —respondí, causando grititos animados en el grupo.

Lo dije aposta para dejar en el aire un halo de incertidumbre, pero los amigos de Nico directamente le miraron, y él se medio ruborizó, disimuló y sonrió con el resto.

—¡OJOS AZULES! ¿Verdad o atrevimiento?
—¡Atrevimiento! —respondió.
—Tienes que besar… a la persona que tengas delante —más grititos animados.

Dio la casualidad de que la persona que tenía delante era una de las chicas (y no yo), por si pensabas que iba a tener tanta suerte 🥺. Eso probablemente hubiera adelantado los acontecimientos, no obstante entre risa y risa fuimos acercándonos convenientemente hasta quedarnos sentados uno al lado del otro.

Cuando nos hicimos una foto grupal apoyó todo su cuerpo contra el mío y me permití agarrarme y acariciarle el brazo. Se estaba creando una intimidad que se mantenía diluida en la dinámica de grupo, y sabía que aquel sería el momento perfecto y el sitio más romántico para quedarnos a solas, pero las amigas siguieron acechando todo el rato con alcohol y conversación impidiendo cualquier acercamiento fuera de lo normal.

Horas después apareció el resto de su grupo y se marchó con ellos a terminar la noche. Regresamos al camping muy borrachas y yo muy sola.

No está de más aclarar a estas alturas, por si no te habías dado cuenta, que el Gato Rojo de aquellos tiempos era un poco paradito… ¡solo un poquito!

2ª PARTE

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