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Mostrando entradas de noviembre, 2014

Jugando a descubrirnos en el recreo

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La primera vez que me explicaron lo que era una paja tenía siete u ocho años, hace ya mucho tiempo… aunque, a veces, no parece tanto. Navegar entre los recuerdos de la infancia es como rescatar una película de treinta y cinco milímetros donde solo quedan fotogramas muy concretos, imágenes que revelan nuestros sentimientos y deseos más recónditos y cuyo significado ha sido modelado por todas las versiones de la persona que eres, por eso es tan difícil expresarlos. Crecer en un pequeño pueblo te desentiende de muchos engorros de la vida moderna, no se pierde el tradicional vínculo comunitario donde todo el mundo se conoce, la vida es barata y cuentas con una libertad para usar las calles de la que no disponen la mayoría de niños de ciudad. Mi colegio era un viejo pero majestuoso edificio de torres altas y piedras blancas que en otro tiempo había albergado prisioneros de la guerra civil. Había mucha leyenda negra en torno a eso. Cuando estudiar aún no era una prioridad ca

Con nocturnidad y alevosía

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En el centro los fines de semana en las apps de ligue son una fiesta paralela a la de los bares y discotecas. El viernes por la tarde la gente se conecta para buscar plan, ya sea para aliviarse antes de la fiesta o para asegurar un polvo si la noche no acaba como debiera. Después de cenar solo quedan los que tienen otras obligaciones o no tienen plan. El ambiente sigue calmado hasta las tres de la noche que empiezan a aparecer chavales en busca de guarreo nocturno, a esas horas todavía se puede tener una charla de las de “conocer y lo que surja”. La ronda más directa y desencarnada se da sobre las seis de la madrugada, cuando cierran las discotecas. Ahí solo puedes acabar tratando con tíos que están en la cama borrachos, cachondos y a punto de dormir o con los que prefieren acabar la noche con un buen polvo. A esas horas intento estar ya acostado, pero aquella noche me la había pasado estudiando y necesitaba un poco de relax con nocturnidad y alevosía. —¡Hola! ¿Qu

Noche improvisada y con final feliz

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Si algo tiene la ciudad es que a veces te ves en planes inesperados cuando menos te lo esperas. Tenía dieciocho años y no hacía más de seis meses que me había mudado a Madrid, hacía poco que había roto con mi primer novio y una vez superado el trauma emocional empezaba a echar de menos aquello de tocar el cuerpo de otro hombre. Era viernes noche en la capital y la pasaba haciendo trabajos de la facultad, cena ligera, una ducha fría, pijama y a tragar pantalla de ordenador, un aburrimiento vaya. En algún momento de la noche recibí un mensaje de Claudia Cristo, mi mejor amiga, que la llamamos Pelos . Que se aburría y se le estaba cayendo la casa encima, yo le dije que me pillaba estudiando y no tenía ánimos para fiestas. Tras rechazar a mi amiga seguí con la rutina de mierda hasta que casi una hora más tarde vuelve a escribir diciendo que está llegando a mi casa con una botella de vodka. —¡Qué remedio! —respondí sarcásticamente. El plan era sencill