Días de fútbol

—¿Te apetece comérmela en mi casa mientras veo el fútbol?

La propuesta de Culé estaba en las antípodas de lo que puede parecerme erótico, pero llevábamos mucho rato hablando, aquella tarde de sábado no tenía otro plan y estaba tan cachondo que le dije que en cuarto de hora me tendría a sus pies.

Hubo un tiempo en que me gustaba el fútbol, más que por inercia que otra cosa ya que de niño mi padre nos llevaba todos los domingos al bar a cenar viendo el partido. Puede que lo que realmente me gustara fueran aquellos bocadillos aceitosos de jamón del bar Cascabel y mi cerebro hizo esa asociación de fútbol y jamón. Lo que sí tengo claro es que dejó de interesarme cuando todavía era un mico, mucho antes de darme cuenta de que el fútbol en este país es una institución nacional de primera categoría.

Aunque me haya tragado demasiados partidos con amigos y familiares a lo largo de los años hoy en día doy gracias por haberme quitado de encima esa carga. Quién me iba a decir que una tarde con la libido alta me traería de nuevo a esta situación.

El piso en cuestión estaba en uno de esos enormes bloques que a veces te encuentras en Madrid, con muchas escaleras y pasillos que dan a patios que dan a más escaleras… y cuando conseguí llegar al rellano definitivo lo que me encontré fue una puerta entreabierta con un silencio que me invitaba a entrar.

Chico en calzoncillos posando en la cama

Pasé con precaución tratando de esquivar el pensamiento intrusivo de verme envuelto en una capucha y secuestrado, pero al otro lado tan solo había un estrecho pasillo que terminaba en otra puerta, también entreabierta dejando pasar la luz y el ruido de la televisión.

Pasé con precaución tratando de esquivar el pensamiento intrusivo de verme envuelto en una capucha y secuestrado, pero al otro lado tan solo había un estrecho pasillo que terminaba en otra puerta, también entreabierta dejando pasar la luz y el ruido de la televisión.

Dentro estaba Culé medio tumbado en el sofá, observando el partido con una cerveza y un bol de patatas fritas. A primera vista me pareció un chico guapete y normalito, tan normal que diría que era la imagen paradigmática de la normalidad, en el buen sentido, creo. Y para rematar llevaba puesta una equipación de fútbol del Barça, era todo una escena muy costumbrista y anticlimática aunque bien visto… una vez allí tenía su punto, como si el anti-morbo hubiese dado una vuelta de campana sobre sí mismo hasta hacerse morboso de nuevo, menos por menos es más que se dice.

Me quedé parado en la puerta, hice un saludo y Culé ni movió la cabeza, siguió enfrascado en el partido como si yo fuera un fantasma en ese salón. Lo había dejado caer de forma no explícita en nuestra conversación previa, no le había tomado muy en serio. Visto lo visto, pasé por delante del televisor y me senté al pie del sofá sin decir nada, me desabroché el botón del pantalón para llegar fácilmente a mi polla y apoyé la cabeza en sus piernas (bonitas, por cierto). Pese a su imagen de dejadez futbolera de sábado en casa el chico olía bien, se notaba que se había preocupado por ducharse y ponerse ropa limpia y además el paquete se le marcaba de manera muy sexy en la finísima tela de los pantalones deportivos.

Con un gesto rápido se bajó el pantalón y los gayumbos a la vez, lo justo para que su polla se liberase, y ese fue el único indicio de que había advertido mi presencia. Se los terminé de bajar del todo dejándole tan solo con la camiseta, los aparté cuidadosamente y comí hasta que se puso dura en mi boca, que a fin de cuentas es para lo que había ido.

Culé la tenía gorda y dura y lo suficiente buena como para pasar mucho rato dedicándome a él. Enfangado en mi disfrute personal tan solo escuchaba el sonido de la televisión con frases como: “¡Al larguero!”, “Lleva una racha inmejorable en las últimas jornadas”, “Esta jugada podía haber acabado en gol” y todo lo que hacen los comentaristas deportivos para llenar el ambiente con su sonora voz, de modo que no nos hiciera falta decir más.

Se corrió con un par de gemidos secos poco antes de llegar al descanso, noté que estaba haciendo mucho esfuerzo por reprimir la expresión pero lo consiguió. Me quedé con su polla en la boca hasta que se le bajó la empalmada y luego me levanté, me corrí en sus pelotas y le puse los pantalones de nuevo como si fuera mi maniquí. En definitiva, como si nada hubiera pasado.

Antes de irme me salió un “adiós” automático que resonó violentamente en el ambiente, supe al instante que no tenía que haberlo dicho, pero Culé no se inmutó así que me largué de allí cerrando la puerta.

Llegué a casa sintiéndome un poco perro, extrañado y sorprendido a la vez y muy satisfecho sin saber por qué, aunque tampoco pensé mucho en ello. Era como si ese momento no hubiera existido. Luego por la noche ya en la cama a oscuras me llegó la notificación al móvil:

—¿Te ha gustado lo de hoy?
—Pues no sé, la verdad, ha sido raro —respondí.
—A mí me has puesto cachondo, lo has hecho muy bien.

«¿Me había gustado o no?» Dejé el móvil de lado y se lo consulté a la almohada, que me escucha y me entiende en estas cosas, hasta que caí en la cuenta de que había canalizado mal mis sentimientos:

  1. Había sido sencillo, placentero e interesante.
  2. Era novedoso, nunca había tenido la oportunidad de sentirme como un espíritu.
  3. Dentro de las normas, me había gustado tener el control sin que me dijeran qué hacer o qué dejar de hacer.
  4. No hay nada de malo en sentirme como un perrete.
  5. Culé me fue pareciendo más atractivo a cada minuto que pasaba.
  6. Yo no era el único que tenía que poner empeño, verle esforzándose en mantener las formas me puso cachondo.
  7. Culé tan solo me ofrecía esa dinámica de juego y en mis manos quedaba la posibilidad de tomarla o dejarla.
  8. Después de ver su mensaje, saber que le había gustado y que aquello formaba parte de su morbo particular, me lo transmitió por ondas cerebrales.

Con el tiempo descubrí que ser mamón en las sombras es un morbo muy común. Cuando me activé empecé a sextear con muchos chicos pasivos que al decirles que estaba en mi cuarto estudiando o jugando videojuegos me proponían meterse bajo la mesa y chupármela “hasta sacarme toda la leche”, sin yo hacerles ni puto caso.

—Me ha gustado un montón —le escribí después de haberme hecho una paja rabiosa recordando el momento.
Chicos en pantalones cortos

No volvimos a hablar hasta el sábado siguiente, cuando recibí su mensaje: “Estoy en el mismo plan que el otro día, ¿te vienes?”. Era tarde de fútbol, así que yo habiendo acumulado ganas durante la semana me acerqué a amenizarle el partido. Me propuse como reto y entretenimiento conseguir que Culé se corriera lo antes posible, aunque el tío tenía mucho aguante, y la siguiente otro reto distinto y así.

Siempre era de la misma forma, como una tradición: llegar, comer, corrida y adiós, así cada sábado durante dos meses. ¿No es acaso la tradición lo que realmente hace al fútbol tan especial? Te compromete a un evento semanal fijo, un día para compartir con amigos y desatar las pasiones competitivas… pues bien, no me gustaba el fútbol, pero tenía ganas de llevar la tradición a mi terreno y satisfacer mis propios deseos.

Me acordé de lo que dicen de que el fútbol se comparte y me puse a pensar si Culé tendría alguien con quien compartirlo, ¿sería posible que tan solo quisiera tener algo de compañía durante el partido? Así que solo por ver su reacción la siguiente semana me quedé un buen rato sentado en el suelo a su lado, observando el partido mientras le acariciaba las piernas con una mano, y él evidentemente no dijo nada pero al menos no pareció molestarle.

De hecho nada le molestaba, así que como yo no era más que un espíritu me veía cada vez más cómodo paseándome por allí y permitiéndome ciertas licencias: pillarme cervezas del frigorífico y comerme sus aperitivos, tocarle por todo el cuerpo, jugar con sus gayumbos… todo estaba permitido mientras no cogiese el mando y cambiase de canal.

Entonces llegué un día y la cosa cambió. La puerta estaba cerrada y Culé salió por primera vez a recibirme, me dio un estrechón de manos y escuché por primera vez su voz, una voz grave y normal. La televisión estaba apagada y el ambiente más calmado que nunca. En vez de al salón fuimos a cuarto, sucio y desordenado como solo puede tenerlo alguien que vive solo, aunque apropiadamente iluminado con una luz violeta que le daba un toque muy porno.

—He pensado que me molaría que hoy me folles tú la boca.
—¿Quieres comérmela o que te la folle?
—Que me la folles, tío.
—Vale, ponte en la cama a cuatro patas y saca la lengua, voy a hacerte pagar por todas las horas de fútbol que me he tragado por tu culpa —dije en tono de broma.

Culé obedeció y se colocó desnudo, yo me subí de pie y en cuanto se irguió le agarré y le follé la boca a base de bien. Un pollazo por cada partido perdido, ¡zas! Otro pollazo por cada vez que me había hecho daño al emocionarse con los goles, ¡zas, zas! ¿Le gustaba ignorar mi presencia? Pues ahora me iba a sentir bien.

—Te has ensañado, ¿eh? —dijo recuperando el aliento—. Ahora me toca a mí.
—Es lo que querías, ¿no?
—Sí, sí —asintió—. Tengo popper, ¿quieres?
—No lo he probado nunca si te digo la verdad.
—Te pone más cachondo, ya verás cómo te pones —explicó medio ansioso—. Lo tengo en la nevera, vuelvo enseguida.

Luego se tumbó en la cama con las piernas abiertas, destapó el bote y esnifó. Me indicó cómo tenía que hacerlo… no lo hice bien a la primera y al segundo intento aspiré demasiado fuerte. “Ahora déjate llevar”, dijo.

Mientras le comía la polla sentí el subidón de calor concentrándose en mi cabeza y mi culo se puso a palpitar como cuando estoy tan cachondo que necesito que me la metan. Las ganas eran reales, pero el efecto se desvaneció rápidamente.

Para ser la primera vez que abría la boca Culé estaba muy hablador… y no paraba de darle al popper. Me pidió que le metiera los dedos para correrse con ellos dentro, le entraban con una facilidad pasmosa y metí tres dedos antes de que empezara a quejarse. Estuvimos turnándonos por lo menos media hora, aunque yo dejé de pajearme porque estaba a punto de explotar y aguanté hasta que se corrió. Luego me levanté de nuevo poniendo un pie a cada lado de su cuerpo y me corrí en el mismo sitio.

—¡Estoy lleno de lefa! —dijo retozando en su pringosidad.
—¿Te gusta que te lo eche encima?
—Las otras veces cuando te corrías en mi polla y te ibas… ufff, una vez me la comí —e hizo el gesto con la mano—. Voy a limpiarme.
—Yo voy a vestirme.

Me atrevería a decir que a Culé le había gustado aquella tarde más que ninguna otra, pero yo sabía que en cuanto saliera por la puerta no volveríamos a vernos nunca más, y así fue.

En sus manos estaba mi voluntad de ser un fantasma, y cuando me devolvió la forma corpórea y mi condición terrenal de humano su aspecto se transformó de nuevo en el de ese chico normal que vi la primera vez que me asomé al salón, el futbolero pusilánime comedor de patatas fritas, la viva imagen de los viejos compañeros de colegio a los que hoy en día observo desde la distancia en la discoteca de siempre… y bueno, en ese momento el encanto se esfumó para siempre.

Comentarios

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  1. Verdaderamente el escenario para mí también resulta totalmente anticlimax, de morbo cero. No ese, pero muy parecidos he vivido, y las sensaciones que he tenido han sido muy parecidas. Siempre he tenido claro que me gustan esas sensaciones de sentirse usado sexualmente para dar placer.
    El final era el que tenía que ser.

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    1. Depende mucho de la otra persona que acabe molando o no, en esos momentos estaba empezando, hoy en día soy más exigente con estas cosas.

      Un abrazo 🖤

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  2. Es cierto que la situación es ante todo incomoda y eso me lleva a recordar un tipo con el que me lie varias veces y solo quería que se la comiera y follarme, de tocarme nada. A quien le guste bien, pero yo personalmente necesito sentir y que me sientan. Genial relato. Gracias.

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    1. Yo para estas cosas soy muy versátil, y aunque a veces me apetecen cosas así, normalmente también me gusta sentir mucho como tú. Todo depende del momento. Gracias a ti por comentar ^_^

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